Frases de Horace Walpole político, arquitecto y escritor inglés
- Sois un hombre prudente, y aunque el ardor de mi temperamento me traicione con algunas expresiones impropias, honro vuestra virtud y deseo deberos la tranquilidad de mi vida y la conservación de mi familia.
- Si el cielo me cierra el corazón de mi padre, paga con creces mis escasos méritos con el amor de mi madre.
- El actuar con sentido común según el momento es la mejor sabiduría y la mejor filosofía.
- ¿Acaso puedo ocultar mi pensamiento a la mujer a la que más respeto, de la que no he recibido sino ternura y toda la bondad del mundo, a la mejor de las madres?
- Puedo olvidar las injurias; jamás los favores.
- Todo el secreto de la vida es estar interesado en una cosa profundamente y en otras tantas un poco.
- El mundo es una comedia para los que reflexionan y una tragedia para los que sienten.
- Vuestro propósito es tan odioso como despreciable vuestra ira. Volved por donde habéis venido o pronto sabremos qué ira es más terrible.
- El año que viene es una pompa de jabón que tal vez estalle antes de llegar a nosotros
- ¡Yo soy tu asesino! ¡He sido yo quien ha hecho recaer sobre ti esta hora de infortunio!
- No doy valor a mi vida, replicó el desconocido, y me producirá satisfacción perderla tratando de libraros de su tiranía.
- Las puertas de vuestra prisión están abiertas. Mi padre y sus criados se han ausentado, pero pueden regresar pronto. ¡Poneos a salvo y que los ángeles del cielo os guíen! ¡Sin duda vos sois uno de esos ángeles!
- Un terrible silencio reinaba en aquellas regiones subterráneas, salvo, de vez en cuando, algunas corrientes de aire que golpeaban las puertas que ella había franqueado, y cuyos goznes, al rechinar, proyectaban su eco por aquel largo laberinto de oscuridad
- La Iglesia es una madre indulgente, así que mostradle vuestras angustias, pues sólo ella puede llevar consuelo a vuestra alma, bien satisfaciendo vuestra conciencia o, tras el examen de vuestras reservas, devolviéndoos la libertad
- Avanzaba sin hacer ruido, en la medida que su impaciencia se lo permitía, aunque se detenía a menudo y aguzaba el oído para saber si la seguían.
- ¡Cómo! ¿Creéis acaso, encantadora doncella, que aceptaré salvar mi vida atrayendo calamidades sobre la vuestra? Antes soportaría mil muertes.
- ¡Oh, Dios! ¿Acaso dudáis de que es mi hijo? ¿Podría experimentar esta angustia si no fuera su padre? ¡Salvadlo, buen príncipe, salvadlo, y haced conmigo lo que queráis!
- Así pues, refrenó las inclinaciones de su corazón, y no se permitió concesiones a la piedad. El siguiente sentimiento que se apoderó de su alma fue una exquisita maldad.
- El horror de aquel espectáculo, la ignorancia de los circunstantes sobre cómo había acaecido la desgracia y, ante todo, el tremendo fenómeno que tenía ante él, dejaron al príncipe sin habla.
- Si logro encontrarlo, podré escapar; si no, valeroso forastero, temo haberos mezclado en mis desdichas: Manfredo sospechará que sois cómplice de mi fuga, y seréis víctima de su resentimiento.
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